Carta a un amigo

 

 

Estimado amigo:

A veces uno quiere comunicar tantas cosas que se queda mudo de ideas y de palabras. Peor aún es cuando no se trata de comunicar sino de expresar sentimientos… entonces, el silencio y la imposibilidad de la palabra se truecan en afiladas espadas que te sesgan la garganta casi físicamente.

Por otro lado, los que somos buenos (¿?) de corazón, necesitamos siempre manifestar nuestra amistad y convertirnos en volcanes de gratitud desmesurada. Es como si uno precisara “quedar por encima del otro en bondad”.

En mi caso, eso me sucede siempre, entendiendo por “siempre” su verdadero valor; es decir, en todo momento. Además, la gratitud a la que me obligo – por natura- se hace en tu caso real y sincera. Por ello, cuando las palabras me faltan y el “siempre” me ahoga, debo vomitarme yo mismo en sollozos y es entonces, sólo entonces, que no puedo entregar nada. Absolutamente nada. Y la gratitud que te debo – por muchas razones que negarás – se hace silencio, y el silencio espadas, y las espadas angustias y esto imposibilidad… y así hasta la depresión… ¿ Se puede uno deprimir sintiéndose bueno ?.

Ahora mismo, que mis ojos están tiritando de vergüenza por contarte todo esto y que mi mano tiembla al decidir la palabra siguiente, me siento mal, bastante mal. Lo siento, quizás no debería tirarte estas flechas tan de cerca, quizás mi guerra debería librarla de otra manera.

Pero todo esto no ha de preocuparte, ni de dejarte el corazón latiendo más deprisa. No eres el culpable de que un tipo abstracto y loco se sentara un día delante de ti y te salpicara los oídos con proyectos e ilusiones raras. No, no eres el culpable de que te haya inmerso en las penas y las miserias de un puñado de gente.

Definitivamente tú no eres el culpable. Tu culpa, eso sí, es que te lo has creído todo; no has dudado nunca de una de mis palabras. Y eso, parece ser, que es malo. Y digo que es malo porque en el mundo que estoy viviendo no hay muchas personas decididas a entregarse al otro, como tú lo haces, sin nada a cambio…

Por ello, me flagelo hoy con el pasado y me reprocho el tener que haber usado mi “yo” en donde debería haber puesto otras cosas. Mis trocitos de corazón se hallan dispersos y a buen recaudo, ¡ menos mal !, pero eso también es malo… Y digo que también es malo porque la sangre, cualquier sangre, siempre mancha… porque tengo que “ ir sintiéndome “ de lejos, a remolque de la distancia y los impedimentos.

Ya te dejo, como siempre, sin poder ofrecerte nada porque nada tengo. Tragándome mi abultada y absurda gratitud en una sola engullida que tardaré en digerir. Dudo que nuevamente me presente ante ti ofreciéndote que compartas mis miserias. Quiero, quiero, quiero… todo en mí son proyectos, intenciones, deseos… pero en verdad, no hay nada sólido que satisfaga a nadie.

Soy yo mismo ese misterio oscuro que todos buscan y todos odian en los más recónditos adentros. Soy la escoria de mí mismo, del mismo mundo, de la misma mierda que nos ahoga, el desechable producto de mi terca imaginación.

Pero eso sí, querido amigo, siempre me quedarán fuerzas para levantarme, para escribir tristezas existenciales como ésta que, afortunadamente, se convierten, en breve, en energía positiva.

Te manifiesto mi entusiasmo por la vida y la amistad, te invito a vivir conmigo la locura por el odio a la muerte, te invito a que sigas siendo tú mismo, el mismo…

Trágate mis palabras de un sorbo y después, sólo después, podrás gritar conmigo ¡ qué bello es vivir !.

 

Eternamente agradecido, tu amigo.

Lágrimas en Nacaren

 

Nacaren estaba triste. Últimamente había nevado demasiado sobre su corazón. Anhelaba un cambio. Lo necesitaba imperiosamente.

En la cocina de su casa, sentada en una silla plegable, sostenía entre sus manos un gran vaso de café, tan amargo como la tristeza que en sus ojos se adivinaba. En ellos, clavada la mirada en algún punto perdido de la hornilla, se atropellaban fugaces imágenes de un tiempo no excesivamente lejano.

A cada recuerdo, sus labios lo acompasaban con un leve gesto de sonrisa o tristeza, minúsculo, involuntario, tan fugaz como etéreo. Todos se suspendía en un sueño, esos momentos de improvisada reflexión le servían de privada terapia, de obligada evasión hacia sí misma.

Se recordaba inmensamente feliz, encaramada a la cima de un leve acantilado. Los ojos, henchidos de curiosidad, abiertos al horizonte, donde los pequeños pesqueros parecían hacerle guiños de felicidad con sus luces intermitentes por el vaivén de las olas.

Fue ese día la confirmación de su amor…

Allí en lo alto, el silencio era espuma de mar, el momento mismo era el infinito, sus sentidos, todo poesía… ¡aire, noche, salinas, estrellas!.

El mundo estaba allí, a su lado. El futuro venía engalanado, envuelto en deseos, en sueños…

Y ella allí, los ojos abiertos a todo horizonte, atrapada en dulces palabras, hechizada por un amor susurrado al oído bajo un olor tremendamente azul.

Instintivamente removía el café con un pausado movimiento de la mano. A pequeños sorbos disfrutaba del cómplice de su soledad, sintiéndolo tan amargo y frío como aquel presente que estaba viviendo o, acaso, descubriendo; como lo antónimo a lo que ella había soñado.

Súbitamente, una sonrisa desdibujó la tristeza de su cara, dejando que, libre, el gozo se adueñara de sus pupilas, preñando sus labios de una olvidada ternura que la hacía etérea, ingrávida, vagabunda en sentimientos de aquella realidad que permanecía suspendida en su recuerdo.

¡ Un solo beso le hizo soñar tanto ! . . . ¡ Un solo sueño le hizo besar tanto ! . . .

¿Cómo redescubrir, una a una, aquellas sensaciones?

El tiempo, con frágil voracidad, la había poseído violándole el más preciado de sus valores; aquél que la hacía fuerte, orgullosa, llena de vida…

Su ilusión quedó prendida en el minutero de la nostalgia y sus ansias se perdieron con lo goteantes tic-tac de la rutina. Se levantó de su silla plegable, miró el reloj… otro minuto se le había escapado en su evasiva añoranza.

¿Lágrimas? ¿Lágrimas en Nacaren?  Cerró los ojos e imaginó colores, risas, abrazos … y entonces sonrió, abrió los ojos y todo estaba allí. Lo veía, deseaba verlo y sentirlo y amarlo y crearlo…

Alguna voz le susurra al oído a Nacaren… ¿Eres tú quien, cuando el corazón te habla, desea amar?

Frente al espejo, decidió darle color a los años y maquilló su cuerpo con el arco iris de la ilusión; a su corazón le habló de futuro…

Ya no hay lágrimas en los ojos de Nacaren.